martes, 30 de septiembre de 2014

La amable mano muda de una dama indomable

Caminé por su mano, recuerdo que no había casi luz y recuerdo también que ella no huyo, se quedó allí, a mi lado.
Antes habíamos hablado, pero nuestras lenguas no dijeron nada importante de nosotros, y ahora allí estaba yo, viajando por su palma con mis yemas, efimera superficie, infinita planicie, todo en aquellas montañas y ecos en aquellos valles.

La noche había caído y así también se enredaba entre sus dedos, su tierna temperatura por contra me hacía sentir el más cálido de los veranos de mi niñez atravesando mis falanges, el mas acogedor sol de media tarde debajo de aquel toldo verde, ahora roido, que en aquel tiempo era nuevo.

No había muros en aquel país de suaves lineas, tan próximo todo que no se podía olvidar nada pero con la distancia justa para poder echar de menos.

Aquellas playas de vida latían bajo mis dedos y los mares de viento templaban aquellas arenas ardientes; me hubiera dormido allí, en aquella palma, en aquella noche.

Quiero jugar a soñar recordando que
cerró aquel paraiso alrededor de mi, intruso, y que por un instante no quiso dejarme escapar pero solo rememoro un vago momento en el que mi mano, como de repente, yacía colgando de mí, inerte y sola, y ella, aquella mujer santuario y universo se había ido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario