domingo, 20 de febrero de 2011

En la huella del adiós

Que mal se me dan las despedidas.

El nudo en el estómago, la saliba que no consigo tragar, los dientes apretados en un vano intento de contener esa lágrima que nunca brota, esa que se queda en la cuenca del ojo y que siempre crees poder disimular pasándote rápidamente el dorso de la mano.
Pero lo cierto es que no, la tristeza siempre se me leyó bien en el rostro y el disimularla no se me da, aunque tampoco quiera esconderla, no nos confundamos.

Te estoy diciendo adiós aunque mañana te veré, estoy desplegando este pañuelo blanco en el andén de una estación desierta en la que te despediré en otro momento, estoy, en fin, anticipando aquí, en soledad, todas esas cosas que no quiero que veas, todas esas tristezas que me traerán al corazón tan buenos recuerdos que pasé contigo.

Cómo bailamos, como me enseñaste que con pasión también se puede desgarrar el silencio, como me dejaste sentir tus curvas, como me agotaste y como disfruté de aquel cansancio. Como de alguna manera creamos juntos hermosos momentos que ya pasaron, que ya pasaron…

Ahora me voy, y aunque creo que tu tampoco te quedarás espero que te vaya muy bien allí, en el recuerdo de cada uno.

Esta despedida me parece tanto un preludio de una de la que temo su llegada que prefiero no alargarla más.

-¡Adiós!

-¡Adiós!

(porque al fin y al cabo el tango no es de nadie)

http://open.spotify.com/track/5PyxZ9b0JhNkdMuxpJaCQN

domingo, 6 de febrero de 2011

Escuchad la música, nada más.


Shakespeare en un momento dado de de su obra “El mercader de Venecia” hizo decir
a Lorenzo, uno de sus personajes:

“La razón es que todos vuestros sentidos están atentos. Fijaos un instante como se conduce un rebaño montaraz y retozón, una yeguada de potros jóvenes sin domar haciendo locas cabriolas, soplando y relinchando con gran estrépito, acciones a que les impulsa naturalmente el calor de su sangre; si ocurre que por casualidad esos potros oyen un sonido de trompetas, o si alguna tonada musical llega a herir sus oídos, los veréis, bajo el mágico poder de la música, quedarse inmóviles como por acuerdo unánime, y sus ojos tomar una tímida expresión. Por esta razón el poeta imaginaba que Orfeo atraía a los árboles, las piedras y las olas, pues no hay cosa tan estúpida, tan dura, tan llena de cólera que la música, en un instante, no le haga cambiar su naturaleza. El hombre que no tiene música en sí, ni se emociona con la armonía de los dulces sonidos, es apto para las traiciones, las estratagemas y las malignidades; los movimientos de su alma son sordos como la noche y sus sentimientos tenebrosos como el Érebo. No os fiéis jamás de un hombre así. Escuchad la música”

Y me pregunto yo ¿tanto tiempo ha pasado para que cambien las cosas?
¿Qué diferencia hay entre aquellos hombres y los de ahora?

No hay timidas expresiones en los ojos de algunos de los que me rodean, no hay inmovilidades producidas por la escucha, si hay estupideces que la música no puede cambiar, lo veo a mi alrededor, cada dia.

Veo cada dia hombres y mujeres a mi alrededor aptos, preparados para la traición, sin música en si, con estratagemas y malignidades retorciadas en sus mentes.
Gentes de translucidas apariencias y de oscuras intenciones.

Sin emociones, sin juicio propio, esperarando a escuchar el juicio de otro que consideren juicioso para repetirlo como suyo, sordos.

Diré exagerando un poco que son ellos los que viven en el Érebo, son ellos los que te ayudan a alcanzar el Hades, quien quiera entender habra entendido. Están ahí para ayudarte a caer, para recalcar cada uno de tus humanos errores.


La parte triste de todo esto (la más triste) es que soy músico, contrabajista, y veo esto tantos dias, tantas veces desde mi atalaya; alli escondido tras la orquesta, observando en mis largos silencios de espera, analizando el gesto y la actitud de hombres y mujeres, compartiendo sus respiraciones, sus miradas, sus nervios, sus preocupaciones que me ha dado por preguntarme, y lo vuelvo a repetir:

¿Tanto hemos cambiado?¿Se pueden transmitir sin sentir?

Asi hablaba Shakespeare de la música y sin querer (o queriendo, nunca se sabe esto en los grandes) tambien hablo de una obscura parte del alma de un perfil de interprete que me mata, me hunde, me desasosiega, me deshidrata, me da hipo y me produce urticaria.

No se si he sido claro.

Para terminar repetire, estoy repetitivo, lo siguiente:

“No os fiéis jamás de un hombre así. Escuchad la música”