sábado, 8 de julio de 2017

La parábola

Federico se quedó observando inmóvil, los surcos de la última piedra que había lanzado al río hacía rato que habían desaparecido. Este en aquel tramo era manso y la superficie un espejo de cristal brillante mecido suavemente por el viento.

-La piedra ya habrá tocado el fondo- pensó -y eso es todo- se dijo -la aventura no duró apenas unos instantes ¿para qué?- musitó.

No hacía ni quince minutos desde que él llegó, había estado paseando un poco por la rivera hasta que vio un lugar propicio para acercarse más al agua. Una roca de tamaño medio rodeada de juncos y en contacto parcial con el agua le pareció el lugar idóneo para sentarse.

Al poco de hacerlo tras haberse descalzado observo a su alrededor y encontró algunas piedras amontonadas.

Las recogió y pasándoselas de una en una de mano a mano las fue lanzando hasta que el pequeño montón se acabo. Ya solo le quedaba un poco de arena en la mano y el corazón imperceptiblemente agitado por el ligero y explosivo esfuerzo.

Ellas estaban allí y se vieron recogidas por su mano, no le llamaron, no le dijeron que no las cogiera, pasaron de una mano a otra sintiendo la calidez de su sangre tras la piel, no se preguntaron qué quería, de repente un gesto fugaz y eléctrico e instantáneamente se encontraban surcando el aire, cortándolo con su pulida superficie. Y tan solo un par de segundos después un impacto ¿doloroso? contra la superficie del agua; dejaban atrás burbujas de aire que ascendían como escapando de tener la misma suerte.

Las piedras, cada una de ellas, habían descendido en una lenta danza en espiral hacia el fondo, habían impactado de manera casi ingrávida en el fondo y justo en ese momento se daban cuenta de que este estaba formado, en su totalidad, por más piedras.

Federico ya se había calzado y caminada alejándose del río por el pequeño sendero que le había traído hasta él ajeno ya a la transcendencia de sus acciones en los instantes precedentes. Si alguien hubiera pasado por allí en ese momento habría escuchado como se decía a si mismo en voz alta y clara para autoafirmarse:

-Debes olvidarla, para ella quizás no haya ni siquiera sido necesario. Quizás ella nunca sepa lo que hizo.

Pero no pasó nadie por allí y es por eso que esta historia no tiene a nadie que la pueda contar.

miércoles, 5 de julio de 2017

El marinero enamorado

-Me enamoré de la mar- dijo el marinero.
-De la mar no puede ser- le dijo el cielo.
-A la mar yo quiero amar, eso deseo.
-El abrazo de la mar es traicionero.
-A la mar yo he de partir que aquí me muero
y si en la mar he de morir yo así lo quiero.
-Vete entonces ya bendito marinero,
que la mar que está sin ti te echa de menos.