viernes, 2 de agosto de 2019

Lo opiáceo de la amistad

Es evidente para quien mire con ojo clínico y sea capaz de apagar los proyectores que lanzan como si de un conjuro de engaño se tratase la imagen bondadosa y altruista de la amistad que esta es un mecanismo de supervivencia psicológica y emocional.

Encontramos en el amigo el espejo donde reflejar el mundo que percibimos para poder reforzarlo y sucede, al igual que si se tratase de un conflicto del que solo se conoce la versión de una de las partes implicadas, que al darle nuestra visión, sesgada por definición, encontramos una afirmación de ella, no necesariamente porque nos de la razón, pues si se tratara de uno de esos amigos que nos refutan lo presentado, el hecho es que funcionaría de igual manera la confirmación de nuestra realidad pues la trampa de supervivencia está en poner sobre la mesa los papeles que la enmarcan y en que el solo hecho de que la otra parte los tome para analizarlos, que tenga que dar sentido a nuestros términos, aun para confrontarlos, la transforma de traslucida a opaca, pues la luz de otro intelecto la ilumina sin importar su objetivo.

Es importante decir que en esta estrategia de supervivencia elegimos con gran intuición que tipo de amigo pondremos frente, a nuestro lado, o tras nosotros dependiendo del tipo de auto-afirmación que necesitemos.

No quiero decir con esto que no haya lazos que facilitan este intercambio tan importante de substancia como lo es la percepción de la realidad como contenedor de uno mismo. Existen canales conductores basados en afinidades de la más diversa índole. De ahí que no todas las idiosincrasia puedan conectar, de ahí que no seamos amigos de todo el mundo. Estos lazos no son la razón de la amistad, son facilitadores de esta en su verdadero objetivo.

Los amigos también cumplen una función importe en la aceptación de nuestra propia mediocridad, en el sentido de la culpa y el perdón o la perdida entre otras tantas más.

Un individuo ideal tendría que poder llegar a desvelar todos estos conceptos sin el uso de amigos. De estas revelaciones a través de un sendero sin esta droga se llegaría a un conocimiento más exacto de todos esos puntos y el contacto con otros después de esto sería desinteresado y quizás estaríamos hablando de una amistad desencadenada de la dependencia con la que tenemos normalmente todas nuestras relaciones.

domingo, 28 de julio de 2019

Casandra

Yo lo supe, siempre lo supe casi todo.
Ahora ya no importa nada y lo puedo contar todo. Ya sabía que Michel y Fabiola no durarían juntos pese al niño que habían puesto en camino para frenar aquello. Yo lo sabía y nunca dije nada, siempre me sobró intuición y me faltó el don de la palabra, del tacto, del gesto, me faltó siempre comunicar lo que veía de manera que sirviera para algo.
Supe siempre que Joel no aprobaría nunca esas oposiciones. Estudiaba tanto... pero vivía derrotado, era como si no quisiera. Ese chico terminó mal, una pena.
Se le daba bien actuar, una vez le vi en un grupo de teatro amateur, tenía futuro ahí, yo lo vi nítidamente pero nunca dije nada. Quizás sería diferente si... bueno ya da igual.
Ah! Ana, buscando un hombre para toda la vida. Todos daban por sentado que lo hallaría. Yo siempre tuve la certeza de que acabaría soltera y no porque no encontrara pretendientes, que nunca le faltaron pues era bien guapa, sino porque de alguna manera estuvo siempre condenada a elegir personas inadecuadas, los hombres buenos que pasaron por su vida salían volando lejos como dos imanes al repelerse. Yo siempre vi el cartel de soledad en el rostro de Ana. Eso también lo sabía.
Daniel nunca ascendió en aquella empresa y yo lo supe desde que le mandaron a oficinas. Era mi amigo y hablé con él para que dejara aquel trabajo, yo con mi ímpetu le desconcerté, nunca volvió a hablar conmigo y ahora, tantos años después, confirmó lo que yo sabía el tiempo. Pero no me consuela, pues ha sido tanta la desdicha que he previsto, y ninguna la que he evitado que ahora, al final del camino estoy seguro de tener la maldición de Casandra.
Decidí vivir solo para no engendrar  desdicha en cuanto fui consciente de los términos de mis capacidades y aproveché estas mismas para tener una vida plena y feliz. Siempre supe que sería así, y ahora, con mi última certeza, la de que esta noche me visitará la muerte, no puedo dejar de pensar en todas las cosas que no hice porque sabía que no servirían para nada.

domingo, 13 de enero de 2019

Faltan colores, sobra miedo

La sociedad de lo instantáneo ha hecho de nosotros unos seres endebles con muy poca capacidad para la adversidad.
Toda la trama de realidad superflua ha sido cargada de una importancia que no tiene y muchas cosas importantes para la construcción de un individuo crítico han sido eliminadas de nuestro horizonte, como si nos hubieran puesto unas gafas con las que no podemos ver sus colores para encontrarlas, el problema de esas gafas es que las aceptamos porque creemos con ellas y por ellas que somos y necesitamos ser lo que ellas están programadas para hacernos ver unicamente.
Vamos por una vía llena de comodidades para que no queramos bajarnos del vagón y correr campo a través de nuestras infinitas posibilidades.
Tenemos aprendido el miedo a dudar de lo establecido, a crear nuevas alternativas, tenemos miedo a fracasar y que, paradójicamente, el mundo que supuestamente deberíamos transformar con nuestra poderosa y única identidad no nos acepte de vuelta. Nos tienen atados de pies y manos y las cuerdas son de miedo.

martes, 13 de noviembre de 2018

Ahora entiendo

Ahora que voy llegando
a los años de aquel maestro
por mí tan admirado
captor de mi respeto.

Ahora que ya me hago
preguntas que ni yo entiendo
que puedo tener memorias
de algunos lejanos momentos.

Ahora que algún hueso duele,
que algunos golpes no hieren.
Ahora que sólo delante
con suerte dos tercios queden.

Entiendo que nadie sabía
de niño lo que afirmaba
que estaban todos perdidos
igual que el resto de gente

sábado, 13 de octubre de 2018

Paseo hacia el olvido

Cuando cerró las cortinas no percibió ningún cambio. Hacía horas que la oscuridad plagaba la habitación y lo hizo como un gesto inconsciente, quizás buscando una sensación mayor de aislamiento.

Había estado paseando toda la tarde por la ciudad rebosante de gente pues al parecer había algún festejo. Sonaba música desde todas partes gracias a un montón de altavoces que había por doquiera que fuese y el bullicio de la gente era como un oleaje de decibelios que variaba dependiendo de lo que se atreviese a sumergirse en el gentío.

Bordeó siempre que pudo aquellas masas multiformes hasta llegar a una especie de claro en aquel bosque humano, observó hasta hacerse invisible, respiró profundamente.

No le encontraba sentido a nada, no le servían todos los argumentos en pro de un significado, de un propósito. Un grupo cercano estalló en carcajadas de repente y él comenzó a alejarse como si un resorte le impulsara.

No quería engañarse; no podía engañarse, lo había intentado. Mirar a otro lado, centrar la atención y energía de su pensamiento en banalidades; pero siempre terminaba encontrándose a sí mismo diciéndose ”¿Qué haces?¿Qué pretendes?"

El autoengaño no era posible.
Ahora en la habitación, tumbado en la cama volvía sobre sus pasos esperando estar equivocado, sabía que no sería así.
Cerró los ojos y recordó por enésima vez lo único que le permitía conciliar el sueño. Aquel tacto, ese olor... cada vez le costaba rememorar más; lo había decidido, el día que no fuera capaz de emular lo más mínimo de aquel recuerdo acabaría con todo.
Durmió.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Otro día más

Bajó la intensidad de la pantalla del teléfono al mínimo, como si se hubiera acordado de repente.
Ya llevaba tumbado un rato en la cama y no se dormía, bajando y bajando por Facebook como si algo le importara lo más mínimo.

Sus grandes momentos del día habían sido reenviar aquel meme tan gracioso por waspp a todos sus  contactos que sabía que no se ofenderían con aquel humor y ver cómo triunfaba, como si tuviera algún mérito suyo.
Estuvo muy pendiente de los "double check" de aquella chica con la que flirteaba toda la tarde, imaginando hipótesis sobre si ella estaría jugando ese juego de veo y paso.
Caras sonrientes, cerveza chocando y confeti por la mañana al responder a un colega que le comento que tenía nuevo curro. "Jajajas" sin mover un músculo facial.
El medio día fue de Netflix con aquella basura que le embolizaba el cerebro de aquel modo que tanto le gusta. Ya iba por la sexta temporada.
Aprovechó el rato en el baño para "swipear" a la derecha todo lo que le dejó Tinder como si fuera pesca de arrastre.
Entro unas 10 veces en todo el día en Amazon para mirar los precios de su "wish list" y terminó comprando una batería externa que no necesitaba en un breve pero eficiente ataque de ansiedad consumista.

Ahora se había quedado dormido, el móvil a un costado con la pantalla en reposo emitía sin embargo un parpadeo luminoso, débil señal de que el tipo seguía vivo, de que al menos existía.

martes, 10 de abril de 2018

Granizo

Si la lluvia es tristeza y la nieve olvido entonces el granizo ha de ser desesperación.

Aquella tarde de abril el cielo cubría de desesperación la ciudad, el repiqueteo sobre el suelo de la plaza mayor era constante y rugoso, como el roce de una lija sobre una infinita superficie de madera. Los transeuntes abandonaban con cierta prisa el centro de esta para resguardarse de aquel golpeteo molesto, a excepción de un numeroso grupo que andaba, unos con paraguas otros sin él, aparentemente más preocupado de descubrir donde
estaban mientras que ojeaban un mapa de papel. Mapa que me pareció casi un anacronismo, una especie de guiño a un pasado menos tactil, quizás como parte de una experiencia shackletoniana en una antartida alegórica.

En los soportales una pareja caminaba aprovechando el resguardo con los paraguas en ristre, andaban y discutian con cierto brio sobre lo fútil de volver a sacar el artilugio cuando, porque una calle se cruzaba en su camino, el soportal desaparecia durante unos metros dejandoles a cielo abierto. Era una pareja moderna, él con su piercing en la nariz, su barba mullida y su pelo cortado a lo soldado yanqui de permiso en la WWII, cazadora verde y larga de loneta, pantalón vaquero ajustado hasta el tobillo y unas zapatillas tipo vans. Ella pelo liso, gafas de pasta grandes y carmin muy rojo, abrigo amplio y gris sin formas tipo jersey gigante, por abajo asomaban unos pantalones negros, tambien tobillo al aire y zapatillas de suela blanca y tela lisa negra. Eran en verdad muy modernos por todo, pero mi mente, a raiz de fijarse en sus paraguas, atemporales, obtusos ante el devenir de los tiempos modernos, los imaginó hace 20 años y 50 y 70 y hasta un siglo atrás. Eran una pareja paseando, combatiendo juntos este sinsentido que es la existencia con uno de los más ajados recursos de la humanidad, crear una historia.