martes, 10 de abril de 2018

Granizo

Si la lluvia es tristeza y la nieve olvido entonces el granizo ha de ser desesperación.

Aquella tarde de abril el cielo cubría de desesperación la ciudad, el repiqueteo sobre el suelo de la plaza mayor era constante y rugoso, como el roce de una lija sobre una infinita superficie de madera. Los transeuntes abandonaban con cierta prisa el centro de esta para resguardarse de aquel golpeteo molesto, a excepción de un numeroso grupo que andaba, unos con paraguas otros sin él, aparentemente más preocupado de descubrir donde
estaban mientras que ojeaban un mapa de papel. Mapa que me pareció casi un anacronismo, una especie de guiño a un pasado menos tactil, quizás como parte de una experiencia shackletoniana en una antartida alegórica.

En los soportales una pareja caminaba aprovechando el resguardo con los paraguas en ristre, andaban y discutian con cierto brio sobre lo fútil de volver a sacar el artilugio cuando, porque una calle se cruzaba en su camino, el soportal desaparecia durante unos metros dejandoles a cielo abierto. Era una pareja moderna, él con su piercing en la nariz, su barba mullida y su pelo cortado a lo soldado yanqui de permiso en la WWII, cazadora verde y larga de loneta, pantalón vaquero ajustado hasta el tobillo y unas zapatillas tipo vans. Ella pelo liso, gafas de pasta grandes y carmin muy rojo, abrigo amplio y gris sin formas tipo jersey gigante, por abajo asomaban unos pantalones negros, tambien tobillo al aire y zapatillas de suela blanca y tela lisa negra. Eran en verdad muy modernos por todo, pero mi mente, a raiz de fijarse en sus paraguas, atemporales, obtusos ante el devenir de los tiempos modernos, los imaginó hace 20 años y 50 y 70 y hasta un siglo atrás. Eran una pareja paseando, combatiendo juntos este sinsentido que es la existencia con uno de los más ajados recursos de la humanidad, crear una historia.