domingo, 15 de marzo de 2015

Ya no tienes fiebre

Ahora lo recuerdo nitidamente, siempre ha estado ahi, pero no había caido hasta hace bien poco.
El caso es que querría contaros como fue que por la fiebre, sin dejar de serlo en aquel momento de repente, porque fue un camino largo, si que puedo decir que comence el triste camino hacia la "adultez".

El caso es que no tendría yo más de 5 o 6 años y la fiebre como de vez en cuando, en mi corta estancia en la tierra hasta ese momento, hacia estragos en mi, exagero, simplemente tenia fiebre.

Aquel mundo en el que mi madre era aquella hermosa mujer que me cuidaba y quería incondicionalmente, hacian de este ser de notables rasgos mitológicos (esto lo digo porque despues de bajar del limbo de la niñez y ya llegando a la vereda que lomea la madurez puedo sostener y lo hago que nadie como aquella figura se puede encontrar en este descenso) hacian de este ser de notables rasgos mitológicos, decía, portadora del más profético de los instrumentos en aquella tierna tierra, el termómentro.

¿Qué élfica artesania?¿qué runas enanas?¿la magia de qué dios antiguo canalizaba aquel báculo en miniatura?. La era digital estaba en los albores y para nada había tocado la rama de esta magia oscura en la que un fino hilo de frio vidrio bastaba para decir si estabas malo o no. Porque esa es la cuestión, allí se apoyaba la toma de decisiones de la que pendia tu vida (exagero por mantener la tensión literaria).

Aun lo recuerdo, mi madre lo miraba al trasluz, o que se yo, con la vista entornada, la cabeza hacia atrás, casi como en trance que rompía de golpe dejando caer aquella pose de repente, después me miraba y decía las fatidicas palabras: "Pues ya no tienes fiebre"

Que frustración en aquella tierna edad, probablemente una de las primeras, cuando le decías "¿lo puedo ver yo?" y no veías nada. Porque si, hemos llegado al punto donde quería llegar, no disertaré sobre cómo afectaba en mi vida ese palo de una manera para mi arbitraría o sobre mis teorías al respecto de apretar más el sobaco para que diera más o el control de que la punta no te asomara al lado de la escapula pues no cogía bien la temperatura por estar "pa fuera", la técnica de frotarlo con los dedos esta más que desmitificada y el asunto de estar más tiempo para que suba más sabemos ahora que es pura farandula. No sabiamos muy bien que hacer contra ese palo que nos hacía volver al cole y que convertía a nuestra madre de nuevo en esa mujer fría que nos limpiaba los berretes con saliva untada en papel de lija.

A donde voy es a rememorar el momento en el que, ahora ya no recuerdo ni como ni porque, descubrí el funcionamiento de aquello, y como eso me alejó de la más tierna de las infancias. Entendí el sistema, comprendí la mecánica, aquel líquido plateado subía con la temperatura y mirando en un angulo exacto se veía perfectamente su argentina longitud que estaba correspondida con una tempertura impresa en el vidrio.

Y voilà adiós a la magia, adiós a un pedazo de inocencia, el comienzo de la suspicacia, la duda de si detrás de todo hay un algo, la constante interrogante por saber, por comprender porque al comprender podemos anticiparnos porque saber es poder ¡y qué si perdemos la capacidad de soñar que había una moneda detrás de nuestra oreja! ahora sabemos que ya la llevabas en la mano, sucio traidor. 

Desarrollé con aquello la picaresca, el controlar la teperatura de vez en cuado, el llevarlo cuando más alto estaba y darlo o incluso el informar de qué temperatura tenía con un pequeño error de nada, al alza.

Antes luchaba contra la magia, ahora no creía en ella y trataba de entender el funcionamiento para mi bien personal.
 Decir adios a la inocencia allí en lo alto, el viento acariciaba mi rostro y yo no tenía consciencia de la magnitud de aquella despedida.

Es el primer recuerdo que tengo de haber comenzado a descender la montaña, ya no se puede volver, no hay sendero de regreso, intento bajar poquito a poco, pero cada paso me deja más lejos cada vez de aquella primera vez que dije "¿puedo mirarlo yo?" y fuí y lo logré.

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