domingo, 9 de noviembre de 2014

Me da miedo

Me da miedo la gente a la que miro a la cara y ya puedo ver como envejecerá, me da miedo ver tanta gente que se sorprende de la gentileza. Me horrorizan las dobles caras, las amistades hasta que uno necesite pisar.

Me da miedo la mirada esquiva, la evasión del saludo, me paraliza el egoísmo encubierto de hermandad,
me dan miedo las bestias que caminan a dos patas, me hace temblar la eterna pedida de ayuda de aquel que viendo que la das aun sin necesitarla la solicita hasta consumirte.

Si fuera viejo diría "ya no hay educación" pero no la hubo en aquel que hace 20 años tuvo 12 en sus carnes y si no la tuvo entonces no la tiene ahora. Lo mismo pasa con los mayores, siempre me dije "respeta a los mayores" pero qué borregos hay por ahí vestidos de arbol viejo que no tienen nada en sus anillos si hoy mismo les cortaran.

Me da miedo lo poco bueno que hay, avanzo a veces millones de metros sin encontrar una flor, un manantial, o un reflejo de sol en la travesía; se me marchita el corazón y caigo al suelo y tengo claro que si caigo prefiero quedarme ahí y morir que levantarme como hacen tantos, con una falsa vida dada por un falso aliento sin un corazón sano que palpite por algo digno. No voy a ser esa hiena, ese automata, ese maniquí ni esa marioneta de los que dijeron que hay que hacer.

Por eso me aferro a ti, la de la bella sonrisa siempre que me ves, a ti el del cordial saludo no importa en que circunstancia, a ese segundo que me regaló aquel sosteniendome aquella puerta, a tu preocupación por si iba demasido cargado, a vuestro "¿cómo estás?" cuando me visteis con aire triste. Me agarro al manotazo en la espalda y el "todo va a ir bien" de después, me quedo en el calor de aquel abrazo al verme. Me enamoro de la vida otra vez en esa mirada tímida que me regaló sin querer decir nada pero llena de puntos suspensivos.

No necesito más que mis manos para contarlas, pero me he hecho una tienda de campaña colgante en esta cuesta que es la vida que a veces se convierte en muro como respondiendo a la "fisica de las emociones" que no se estudia en bachillerato, o a la "geografía y cambios orográficos de una vida" no ofertada por ninguna universidad hasta el momento.

Son siete, a veces cinco, han sido menos, nunca muchas más, pero de cada una de ellas cuelga mi tiendecilla, sois mis ferreos clavos, y os necesito, porque si no ¿cómo podría aguantar yo aquí arriba?

Hace frio, voy a cerrar la cremallera. Espero que mañana siga aqui para seguir adelante, arriba o donde sea, pero mi tienda no se sostendrá nunca con oscuros y torcidos clavos negros. Prefiero caer. Porque caer también significa empezar.

1 comentario:

  1. Ojalá puedas continuar y amarrarte a lo siguiente, aprendiendo sin tener nunca que caer.
    Un placer de texto.

    Abrazos,

    Luis C.

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